martes, septiembre 12, 2006

OCHO (Crónicas Apresuradas)

OCHO

-Quedó la sopa- declara mi padre mientras entro al escritorio.
-¿...?.
-Toda la red se cayó. Quedó la sopa.
-Ya... Otra de tus expresiones paleolíticas.
-Siempre que viene Pedro, deja la embarrada. Abre y cierra todos los computadores y deja todas las configuraciones desordenadas. Y ahora no sé, seguramente desconfiguró las passwords y...
Estoy acostumbrada a estos monólogos que desahogan a mi padre. Da lo mismo si uno le contesta, de hecho recomiendo no hacerlo, pero él necesita que alguien lo escuche.
-¿Le cambiaste el agua al Natalio?- trato de cambiar el tema.
-Yo qué sé, estoy en medio de una crisis tecnológica seria y me haces preguntas sobre el pájaro -me responde malhumorado.
-Es un ser vivo, para que sepas.
-Sí, lo sé- murmura arrepentido- dale tú por favor, estoy tan ocupado, tan cansado...
Este mundo es a veces demasiado complejo, y a veces demasiado simple, para mi padre. Él es como un científico loco, que trabaja en silencio, un geniecillo que nadie conoce, porque él trabaja en silencio, por el sólo gusto de conocer.
Mi madre le dice cariñosamente “mi lobo estepario”. No sé de qué trata ese libro, pero la expresión se refiere al gusto por la soledad de mi padre. Es un ermitaño que en vez de recluirse en una alejada montaña, se recluye en su casa. Si fuera posible no salir jamás de la casa (y es una teoría que mi padre tiene, con todo esto de la internet, pronto no será necesario salir, quizá ni siquiera moverse), él no lo haría. Cada vez que se ve obligado a hacerlo, por un lado, es una experiencia nueva, parece un niño observando cada detalle, como si no conociera el EXTERIOR, y por otro lado, es una reafirmación de por qué no sale de la casa: los tacos, la gente gris, la contaminación, el ruido. Para mi padre no hay nada como el hogar. En la más Dorothy del Mago de Oz.

La historia de la computación ha tenido a mi padre como su atento espectador desde su nacimiento. En esa lejana época, la empresa donde trabajaba tenía, como gran cosa, UN computador. Un gigantesco computador. Ocupaba todo un piso. Funcionaba con esas tarjetas con hoyitos y para hacer una simple suma se demoraba su buen tiempo. Él vio cómo iban reduciendo su tamaño, cómo poco a poco, con esfuerzo, iban aumentando sus capacidades. Le tocó hacer un viaje a Nueva York por motivos de trabajo. Iba con un dato de un lugar donde vendían una rareza: un computador ¡transportable!. Estaba muy emocionado porque el famoso computador tenía 267 Bytes de memoria. 1000 Bytes son un Kilobyte, 1000 kilobyte son un Megabyte, 1000 Megabyte son un Giga, mi computador actual tiene 4 giga de memoria y ya es obsoleto, un computador cualquiera hoy en día tiene 60 Giga. Y mi padre estaba emocionado hasta las lágrimas por aquellos 267 Bytes de memoria.
Le cambio el agua a Natalio y enseguida comienza a bañarse, salpicando en todas direcciones. Se baña todos los días. Es un pájaro muy higiénico. Más que lo que pueden decir muchos humanos. Le hace compañía a mi padre día y noche.
-Este pájaro es una estafa- declara mi padre.
-¿Por qué? Si es bellísimo.
-Pero no canta.
-Ya, ¿y?
-Y es un canario. Eso es lo que hacen los canarios.
-Pero si igual canta un poco...
-Sí pero hay que escucharlo con amplificador...
Y bueno. Igual queremos a Natalio. Aunque no cante. O cante bajito.
-Para variar vas saliendo. ¿Adónde vas ahora?
-A un asado. La Valentina está de cumpleaños.
-Ya. ¡Pero ya almorzaste!
-Obvio que ya almorcé, ¿o quieres que muera de hambre el resto de la tarde?
Los asados de universitarios se caracterizan por tener ese nombre casi de forma decorativa. Si es que uno tiene la suerte de efectivamente comer algo de carne, (con más seguridad algo de choripan), ese milagro ocurrirá con suerte recién como a las 5 o 6 de la tarde. Por eso siempre prefiero ir ya almorzada.
Es en el Parque Intercomunal. Dónde más podía ser. La Valentina está de paso en Santiago porque ahora se consiguió pega en Temuco. Es una buena oportunidad de ver a mis amigos. Con este cuento de las prácticas y tesis, nos vemos cada vez menos. Es una lástima. Esto de hacerse adultos es un asunto serio. Si no te preocupas, pasarán diez años y ya no te acordarás ni del nombre de quienes fueron tus mejores amigos. Para qué hablar del colegio. Todos piensan que eso no les pasará a ellos. Pero pasa. Sólo hay que preguntarle a nuestros padres. Es una realidad estadística.