lunes, septiembre 11, 2006

CINCO (Crónicas apresuradas)

CINCO

Debo haber tenido unos 15 años cuando mi hermano decidió que ya era grande para jugar Dungeons and Dragons, y me invitó a hacerme un personaje. Fue tan emocionante, todavía recuerdo que estaban instalados (él y sus amigos) en el patio de mi casa con esas torres de libros y dados misteriosos, era primavera. Seguramente había pasado recién mi cumpleaños. Desde entonces me incorporé a sus reuniones de juego. Casi todos eran hombres, mi hermana y yo éramos las únicas mujeres. No sé por qué a las mujeres en general no les atrae este tipo de juegos. Mi hermano dice que no son lúdicas. Sus pololas nunca fueron lúdicas. Bueno, mi hermana y yo, siempre lo fuimos. Podíamos pasar días enteros (con sus noches) jugando sin cansancio. Una vez nos fuimos un fin de semana completo a Puerto Oscuro, donde uno de los del grupo tenía una casa, a puro jugar. Llegamos a jugar, comíamos como a la 1 AM, nos íbamos a acostar a las 5 AM, tomábamos desayuno con pan recién amasado en una casa cercana como a las 3 PM, almorzábamos a las 8 PM, y todo, todo el tiempo que no estuviéramos durmiendo, estábamos jugando (o comiendo, claro). Puerto Oscuro era ideal para eso, un pueblito perdido en la cuarta región (literalmente “entre Tongoy y los Vilos”) sin luz eléctrica, con paz a raudales. La casa donde estábamos era de madera y estaba literalmente sobre el mar (estaba construida sobre palafitos que se enterraban entre las rocas). Te dormías con el ruido del mar, soñabas con él y despertabas con él. Fue increíble. Pero irremediablemente tuvimos que volver al mundo “real” y cotidiano.
En Santiago también nos juntábamos, con suerte una o dos veces al mes, en mi casa generalmente. Pero todos eran mucho mayores que yo. Y entre ellos me sentía cómoda. Rodrigo, que era el eterno mago; Javier, el eterno clérigo; Manolo, el noble guerrero; Antonia, una ladrona o una barda siempre media loca; Berenger (era el nombre de su personaje, nunca supe su nombre real), otro guerrero aunque menos “noble”; y yo una elfa o una enana pero siempre guerrera a concho. Nunca, y repito: nunca, nos funcionó ningún plan o estrategia. De hecho, después ni siquiera queríamos darnos la molestia porque sabíamos que Gabriel (mi hermano y master del juego) se las iba a arreglar para que todo saliera mal.

Los veranos comenzaron a hacerme el quite a medida que yo me hacía cada vez más invernal. Me enamoré del sur, del frío y la lluvia, de su gente y de sus fantasmas.
Yámanas, kaweskar, chonos, selk´nam. Sólo han sobrevivido sus fantasmas, vagando por los bosques pantanosos del fin del mundo, navegando aún por sus laberínticos canales. Ellos me han embrujado, ellos me retienen allá. Aún cuando mi cuerpo esté aquí, en una ciudad atestada, con tanto ruido y tan poco verde, mi alma habita en los bosques del sur.