domingo, septiembre 10, 2006

Crónicas Apresuradas

Caminemos.

Dame la mano.

Quiero compartir contigo las visiones que he tenido.





UNO

Los almuerzos en mi casa pueden convertirse en toda una experiencia para quien no está acostumbrado a ellos. Y aún después de ocho años, Martín no se ha acostumbrado a ellos. La gente que viene se lleva la impresión que estamos todos peleados. Y no es así para nada, sólo hablamos. El problema es que somos un tanto violentos al hacerlo. Algún antepasado italiano debemos tener. Las voces van aumentando de volumen, y múltiples vías de conversación se establecen simultáneamente. O a veces ni siquiera son distinguibles conversaciones coherentes pues cada uno suele hablar de su tema. El invitado de turno debe sentirse algo raro sin duda.
-Acabo de bajar “Bosque Mitago” del Internet, compraré un bello papel, y lo imprimiré, y lo empastaré...- comienzo atolondradamente a relatar mi obsesión de turno.
-¿Alguien puede decirme lo que quiere decir “verecundia”?- pregunta mi padre como si fuera la pregunta más natural del mundo.
-No puedo creer que han pasado seis años desde que lo busco, “lo siento mucho señorita, el libro que usted solicita está descatalogado hace ya varios años”...-continúo en mi monólogo.
-Tía, ¿me pasaría la ensalada?- pregunta tímidamente Martín.
-Pero claro, aquí tienes- le responde mi madre, alcanzándole EL plato de ensalada (que en cualquier otra casa sería lo que consume cada individuo), y aquí es para seis personas. Tres rodajas de tomates, diez rodajas de pepino, una pizca de zanahoria rallada y algo de lechuga. Y sobra. Siempre sobra. Nunca hemos sido muy “ensaladadictos”.
-¿Sabías que es sumamente sano para el corazón consumir una copa de vino diaria?-agrega mi madre dirigiéndose a Martín-, Eduardo, -dice ahora dirigiéndose a mi padre- deberías adquirir esa costumbre.
-Bueno mi amor, ¿pero sabes lo que significa “verecundia”?.
-La verdad no, pero ¿te acuerdas de ese cuento “El inamible”?.
Martín está nervioso, no sabe cómo preguntar si puede servirse toda la ensalada. Se sirve sólo una rodaja de tomate y tres de pepino. Me mira con una sonrisa en los labios. Lo amo.
-Estoy chata de la universidad- dice Consuelo.
Lleva tres semanas de clases. Del primer año de universidad.
-Entereza, hija mía, entereza- dice mi madre – luego recordarás estos años como los más felices de tu vida.
-Sí claro...
-Esperen, voy a ir a buscar al diccionario para ver qué significa “verecundia”.
Mi padre se levanta. Hace días que anda con esa duda, porque un viejo profesor (y muy respetado por cierto) comentó de uno de sus artículos: “La verecundia me embarga al leer este artículo, sencillamente no puedo decir nada más”. ¿Asombro, felicidad, vergüenza, pena, desinterés, risa, angustia...? ¿qué diablos le produce el artículo?. La duda corroe poco a poco a mi pobre padre. No es que le preocupe demasiado lo que haya querido decir el mentado profesor sobre el artículo en cuestión, pero el desconocimiento y misterio de una palabra que sin duda existe (pues el anciano académico no osaría usar palabras no registradas en la Real Academia de la Lengua Española) lo impulsa a descubrir su significado como sea.
-Tengo que cortar y pegar circulitos de 5 mm. de diámetro en una hoja de medio pliego y expresar “armonía”. ¿Es acaso una broma? Hace semanas que ya no sé lo que significa esa palabra.- declara Consuelo con su particular desánimo.
Diseño tiene a mi hermana un tanto agotada. Pero ya se acostumbrará. Igual se nota que le gusta.
-¿Quién nos acompaña hoy a ver la casa nueva?- pregunta Antonia. En poco tiempo se van a cambiar de casa.
-Abuelo, quere ir al baño...- musita Pili en medio del caos.
Mi padre no la escucha, se acercó por la oreja equivocada. Pili da vuelta a toda la mesa (distancia nada despreciable considerando su pequeñísimo cuerpo de dos años) para acercarse ahora a mi madre.
-Abuela, quere ir al baño...- mi mamá está demasiado enfrascada en la conversación, bueno, al igual que cada uno de nosotros en cada una de las conversaciones, mejor dicho, monólogos individuales.
Ahora Pili se acerca a Camila, su hermana mayor.
-Cavila... quere ir al baño...
-¡La pili quiere ir al baño!- exclama Camila en voz lo más alta que le permiten sus cuatro añitos.
Recién entonces alguien se para y lleva a la pobre Pili al baño.

Luego del almuerzo subimos a mi pieza a dormir la siesta correpondiente.
-Nunca voy a dejar de sorprenderme. Tu familia es demasiado insólita.
-Igual que todas no más, uno nunca encuentra insólita a su propia familia.
-Yo sí.
-Bueno, pero porque tu familia ES insólita.
-Esta discusión no lleva a ningún lado, mejor durmamos.
-Estoy de acuerdo.
Martín se quedó dormido en menos de un minuto. Siempre he envidiado esa capacidad innata suya de dormir como un bebé. A mí se me quitó el sueño. Me fui al escritorio y entré al MSN (NOTA: Messenger, lugar virtual para conversar con quienes estén conectados en ese momento; tiene un no sé qué de espontaneidad, y además es muchísimo más barato que el teléfono, sobre todo si hablas con gente que está lejos).
Me encuentro con Alicia. Abro la ventanita. Alicia es de esas personas únicas, realmente únicas. Su cerebro funciona a mil por hora, pensando en fácil diez temas a la vez y con la misma profunda concentración en cada uno de ellos. Es de las pocas personas que al leer a Borges, puede distinguir qué referencias son reales (porque ella las ha leído) y cuáles no. No hay ningún tipo de soberbia en ella, simplemente sucede que ha absorvido ávidamente conocimientos y experiencias. Y no se cansa de ello. Si hay quienes podrían considerarme algo obsesiva con los libros, yo no soy nada al lado de Alicia. Y la diferencia es que yo tengo esa única obsesión. Pero ella tiene incontables obsesiones. Al principio, cuando recién la conocimos, nos costaba muchísimo entenderle, su mente siempre va más adelante que las palabras que salen de su boca. Una vez que la has “sintonizado”, por decirlo de algún modo, te encandila totalmente. Tiene una energía de vivir inagotable. Cerca de ella es difícil perder las esperanzas por muy paupérrima que sea la situación.
-¡Hola! ¿Ya leíste el libro de John Crowley que te recomendé?
-No, no lo pude encontrar, Martín lo ha buscado por cielo y tierra. Pero me trajo “Bestias” y “Aegypto” de Buenos Aires. “Bestias” ya me lo devoré. “Aegypto” me ha dejado sin palabras- agrego un emoticon de asombro.
(NOTA: emoticon, caritas amarillas que expresan felicidad, asombro, pena, llanto, duda, desconcierto. Son tiernísimos. Humanizan bastante este tipo de conversaciones virtuales.)
-Es un maestro, ¿cierto?
-Por supuesto. Oye, tienes que darme tus datos de libros raros y encima baratos.
-¿Quieres que té datos de mis “dealers” de libros?
-¿”Dealers”?
-Claro, me extraña, hay dealers para todas las obsesiones.
Droga. Los libros son una verdadera droga para nosotras.
-Dime entonces.
-San Diego 119, locales 127 y 125 (sra. jirma una y sr. ricardo el otro... aquí me compre las Puertas de Anubis y todo lo de Crowley... les queda todavía El verano del pequeño San John...)- me escribe a una velocidad increíble, casi como si la estuviera escuchando.
-Ya. Igual me tienes que hacer un tur un día. Oye, ayer me junté con la Chica a tomarnos un capuchino.
-¿Con bollos y panecillos?
-Casi. Aún no hemos llegado a ese extremo tan adulto-joven. Una compañera de colegio me contó que se había juntado a “almorzar” con otra amiga.
-En un tiempo, vendrá el bridge...
-¡Nunca! Wist en todo caso, pero el Bridge ya es de viejas-viejas.
-Y más encima respingadas.
-Claro.
-¿Supiste que salió una edición nueva de Titus Groan que incluye todas las ilustraciones?
-Sí, sí supe. Habrá que esperar que llegue a Chile.
Una ventanita interrumpe nuestra conversación virtual. “Amir Alfaiet Abdulá ha iniciado la sesión.”
-¿Quién demonios es “Amir Alfaiet Abdulá”?
-Ni idea, habrá que preguntarle.
-¿Hola?
-¿sí?
-Disculpa, ¿quién eres?
-Amir Alfaiet Abdulá.
-Sí, ya lo sabemos. ¿Pero quién es Amir Alfaiet Abdulá?
-Yo.
-Oj, oj.
En esta era de las comunicaciones virtuales puedes tener este tipo de encuentros bizarros. En fin. Son los misterios que vienen aparejados a la tecnología.