lunes, septiembre 11, 2006

SEIS (Crónicas Apresuradas)

SEIS
Estábamos durmiendo plácidamente una de tantas noches, el día anterior habíamos celebrado el cumpleaños conjunto de mis sobrinas (cumplían 1 y 3 años). Estábamos agotados. El techo sobre la escalera hacía tiempo se quejaba, soltando de vez en cuando algún pedacito de pintura, pero nunca nos imaginamos cómo se iba a manifestar esa noche. Subiendo la escalera hay un espacio rodeado de puertas que dan a las distintas piezas. Un estruendo como si hubiera caído una bomba en el patio de mi casa, me despertó súbitamente (y no sólo a mí). Salí de mi pieza, abro la puerta... y no vi absolutamente nada. Sólo polvo blanco, cuando comenzó a bajar y disiparse lentamente, divisé entre la niebla a mi madre, horrorizada como yo en la puerta de su pieza. Mi padre también se asomó. Nos dijo –y bueno, se veía venir, vayan a acostarse y dejen las puertas cerradas para que no entre el polvo, mañana veremos qué hacemos.- Eso hicimos. Al día siguiente abrimos nuestras puertas y vimos toda las escalera cubierta de escombros. Miramos el techo, ¡y no había techo! El cielo raso se había desprendido totalmente por lo que ahora veíamos el entretecho y haces de luz que se colaban entre las vigas y tejas. No pudimos aguantar la risa. En momentos de desesperación, el ser humano ríe. Reímos a carcajadas. Y ahora qué hacemos, llamamos a un maestro, y le decimos –sí, mire, anoche se nos calló el techo, ¿podría venir a ver si puede hacer algo?-.
Y bueno, lo primero que hizo el maestro fue sacar los escombros y botar el techo que aún podía caerse. Era verano, y no había peligro de lluvia, por lo que se dejaron los arreglos, que serían con seguridad apoteósicos, para hacerlos en Febrero cuando estuviéramos fuera. Así que vivimos como un mes sin techo. Y por suerte no llovió.

Los maestros son otra historia. Merecen un amplio tratado sobre su comportamiento.
–¡Si parecen prematuros! ¡Tienen que comer cada dos horas!- comentaba una deseperada enfermera que había tenido que aguantar la (pausada) convivencia con los maestros durante todo un mes, mientras se remodelaba el piso de Neonatología del Hospital donde trabajaba mi madre.
Mi madre también ha tenido numerosos “encuentros cercanos del tercer tipo” con estos singulares seres humanos.
Un solitario maestro hacía un hoyo en el antejardín de nuestra casa. Sin preguntarnos nada, por cierto. Mi madre, siempre respetuosa y comedida, se acercó y le dijo:
-Disculpe, veo que está excavando un hoyo en el antejardín de mi casa, ¿me podría decir para qué sería el susodicho hoyo y quién le dio autorización?
-Ah, no sé yo, patrona, uno hace lo que le mandan no más.
-Sí, comprendo. Pero quién le “mandó” hacer este hoyo.
-Mi jefe.
-¿Y sería...?
-Ramón Contreras
-Ya. ¿Pero y quién le dio autorización? ¿Es un trabajo de la municipalidad?
-Con todo respeto señora. Tengo que seguir trabajando.
Mi madre no quiso seguir con la discusión, ni tampoco agregar que lo había visto hace diez minutos muy relajado fumándose un pucho. ¿Por qué ahora le había nacido un espíritu tan trabajador?
Entró a la casa y llamó a la municipalidad. Luego de remitirla una y otra vez a distintos anexos, el anexo correspondiente le señaló que no tenían notificación alguna de algún trabajo en nuestra calle. Habrá que esperar no más...
Al día siguiente el maestro había desaparecido. Pasaron varios días que no se apareció nadie, y el hoyo, ahora peligroso, pues no tenía ninguna protección ni señalización, seguía en el antejardín de nuestra casa. Seguro que si una viejecita, de las cuales abundaba mi barrio, se caía y se quebraba algo, la responsabilidad sería nuestra.
Mi madre volvió a llamar a la municipalidad por el dichoso hoyo.
-Sí señora, no se preocupe... Enviaremos a alguien para que inspeccione la situación.
Por mientras mi nana se había encargado de avisarle a todo vecino que se le cruzara que tuviera cuidado con el hoyo.
Providencialmente nadie se cayó.
Una semana más tarde, llegó una camioneta con un poste. Para instalar en el hoyo por supuesto. Mi madre, rauda, se acercó a ellos cuando se estaban estacionando. Eran dos hombres.
-Disculpen, ¿ustedes vienen a instalar ese poste?
-Sí señora.
-¿Y para qué sería?
-Mire señora, a nosotros nos contrataron para poner el poste pero no sabemos para qué es. Seguro que es para teléfonos o algo así.
-Ya, ¿y tienen alguna autorización?
-Pero señora, ¿no ve que está hecho el hoyo?
Mi madre se dio por vencida. Tuvo que observar impasible cómo se instalaba un poste frente a su casa, sin ninguna explicación. Ya casi sin ninguna esperanza llamó a la Compañía de Teléfonos para averiguar. La derivaron a tantos anexos que terminó colgando.
El poste quedó instalado. Pasaron los años y ninguna utilidad aparente tuvo nunca.
Ya hubiera sido el colmo si nos hubieran pasado un parte por permitir que pusieran un poste sin razón alguna en la vía pública.